No funcionó.
Dejó el coche en mitad de la
calle y el ramo de rosas en la papelera. Buscó un destornillador en el maletero
y un trapo limpio en la
guantera. Abrió el capó y encontró el pedazo de grasa de las
grandes ocasiones. Clavó el destornillador tan hondo como pudo y fue limpiando
los restos de grasa con el trapo. Gritó su nombre por cuarta vez y volvió a
verla asomar por la
ventana. Había tatuado un corazón en el árbol junto al que
tantas veces se habían besado. La vio negar con la cabeza y volver a poner la
cortina como muro entre sus vidas.
Tampoco funcionó.
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