lunes, 16 de marzo de 2009

Excalibur

Maldita fuese la madre del que había clavado allí aquella espada. El viejo pajar que hacía las veces de enfermería ya había recibido a catorce caballeros heridos por diversas circunstancias. A uno se le había dislocado la muñeca, había tres con el hombro destrozado, cinco con los riñones machacados y otros cinco con la espalda destrozada por el esfuerzo.

Gregorio, viejo gañán y campesino de la aldea se acercó a medianoche, mientras todos dormían, y extrajo la espada sin apenas doblar el brazo. Una ráfaga de luz iluminó la madrugada y el viejo mago Merlín, tan apabullante como siempre, se presentó ante sus ojos para prometerle todos los poderes del mundo.

Le habló de gobernar Camelot, de dirigir los designios de la guerra desde una mesa redonda y de tener a su disposición a todos los guerreros y damiselas del reino. Se lo pensó dos veces y devolvió la espada a su lugar.
- Mira, Merlín. No es que no quiera tener poderes y riqueza, pero para qué andar dando mandobles a gente que no conozco con lo agusto que estoy labrando mi huerta cada mañana. Mejor nos olvidamos del cuento ese de que soy el hijo bastardo de Uther Pendragon, sigo pagando mis tributos como buen cristiano y le cuentas el cuento de la espada al Arturico, el zagal del Héctor, que se le ve muy inquieto al mozo juguetenado siempre por las colinas con la alabarda de madera.

Y así fue. Mientras Gregorio siguió labrando su tierra y viviendo feliz en su chozo entre rastrojos y ratones, Arturo extrajo la espada delante de la congregación de nobles e inmediatamente le vistieron de rey. Venció a los sajones, liberó a los bretones y se casó con Ginebra. Todos fueron felices y los más adinerados se comieron las perdices.

1 comentario:

Sagra dijo...

PUes si, en cuanto menos lios te metas, te va a ir mejor, me rio con el zagalico del arturico jejeje.
Besotes waperas