Su reflejo le espera, impaciente,
en el espejo del viejo gimnasio. Hace tiempo que no huele a sudor y a linimento
sino a polvo y abandono. En la estantería hay cinturones de campeón y algunas
de fotos de un hombre en guardia cuyo rostro podría confundirse con el del
tipo que, calzado con dos guantes, se enfrenta al espejo con una bata arrugada.
Tras una sonrisa, reproduce el sonido de una campana y se dirige al frente para
golpear, sin piedad, a su peor enemigo. El cristal se hace añicos y, ni así, es
capaz de escuchar una cuenta atrás.
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Hace 1 semana
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