Temblamos cuando vimos sus manos sujetando aquel palo tan largo, cuando le vimos caminar de puntillas, sigiloso, mirando hacia el frente, cuando giró sobre sí mismo y reinició la maniobra. Temblamos porque nos temimos lo peor. Pero entonces se encendió la luz, el funambulista levantó los brazos y el silencio se convirtió en una tormenta de aplausos.
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Hace 2 días
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