Veo junto a su reloj unos
números grabados en su piel. Sonríe ajeno a la tormenta mientras yo continúo
sentado en el banco, mirándole, y dejando que el agua nos empape. Cero, uno,
cero, tres, uno, dos. Él no sabe que sólo yo puedo verlos. Él no sabe que
pronto aparecerá un dolor en el pecho. Como casi todos, no ha planificado el
viaje. Ahoga un grito en mitad de una carcajada y sus ojos piden auxilio. Es
uno de marzo de dos mil doce. Ha dejado de llover, me levanto del banco, cojo
la guadaña y me acerco lentamente.
Resurrección
Hace 1 semana
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