“Por fin quietas”, susurré aliviado mientras
observaba a las ancianas muertas. Hacía mucho tiempo que se reunían para
molestarme con aquel alfabeto pintado en una tabla. Tuve que recurrir al manual
y aprender a desenganchar aquella goma para que la estufa de gas hiciese el
resto. Me arrepentí al instante. Apenas me había acomodado en el cuarto cuando
una de ellas entró para interrumpir mi descanso. “¡Cariño, cuánto tiempo! ¿Qué
haces todavía en la cama?”. Otra vez la pesadilla. Y ahora volvía para quedarse
eternamente. O me entendió mal en su día o no quiso leer mi nota de suicidio.
Resurrección
Hace 1 semana
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