lunes, 28 de febrero de 2011

Nancy

- ¿Ha visto usted a esta chica por aquí?

Preguntó el comensal al camarero mientras le mostraba el retrato de una adolescente de aspecto atractivo, largo cabello rubio y ojos azules. En la mesa, un plato con un bistec a medio terminar y un vaso de agua.
- No. - Contestó el camarero.
- Se llama Nancy. Es mi hermana. Alguien nos dijo que la habían visto por el pueblo.

El camarero sigue recogiendo las mesas y observa como el cliente termina de engullir el filete, saca una cartera de piel y pone un billete sobre la mesa.
- Excelente carne. - Dice.- Cóbrese por favor.

Después de entregar el cambio regresa a la despensa. La sangre aún está fresca. La carne que han cocinado hoy ha sido todo un éxito, tendrán que pedir más piezas al proveedor. Esta de hoy venía con una colgante en el cuello. Entre la sangre puede descubrir el brillo de la medallita de oro, en la inscripción pone "Nancy" y el camarero piensa, curioso. "Fíjate, igual que la hermana del cliente que se acaba de marchar".

jueves, 24 de febrero de 2011

Te estamos vigilando

Una llamada de teléfono y una voz tenebrosa al otro lado de la línea. "Te estamos vigilando". Desde entonces no come, no duerme y no anda con chicas. Cansado del miedo y la monotonía trata de salir del infernal agujero y pone un disco de heavy metal en el tocadiscos. Otra vez el teléfono, "no escuches esa música". Ni música rock, ni chicas de piernas largas y falda corta, ni comida basura, ni tabaco, ni ducha diaria, ni ropa gastada. Un día sale a la calle con traje y le dicen que no salga tan elegante, otro día lo hace con chándal y no debe ir tan deportivo. El día que desobedece se encuentra un ratón muerto grapado a su puerta, las ruedas de su coche están pinchadas o en su piso hay un sospechoso escape de gas. No puede más. Llama a la policía y les cuenta su problema. Su paranoia, para ellos, es que ve demasiadas películas en la televisión. Se equivocan, ni eso puede hacer. Ni televisión, ni libros, ni cuentos, ni radio. Atrapado en su burbuja de soledad termina buscando una cuerda y teje un nudo alrededor de su cuello. Al menos eso no se lo impedirá nadie. Cuando saquen su cadáver a pasear los vecinos dirán que normal, tarde o temprano tenía que ocurrir, un loco menos, una esquirla más.

martes, 22 de febrero de 2011

Dos pasiones a la vez

Debí haber escuchado alguna vez el clamor de uno de los goles de Gárate mientras me gestaba en el útero de mi madre. De pequeño, mis padres me compraron un balón formado por veintitantos octágonos. Cada uno de ellos, y de manera alternativa, eran de colores rojo y blanco. Toda una premonición. Un día vi a un tipo serio, con el pelo blanco y un pitillo entre las manos, celebrar con agonía un gol desde la banda. Alguien me contó que se llamaba Luis y que años antes había marcado un gol de falta directa en una final de la Copa de Europa. Lo que supe después es que su equipo terminaría perdiendo el partido en el último minuto. No me hacía falta más razones. Yo ya era atlético desde antes de nacer.

Quizá porque me gustan las aventuras difíciles me enamoré de una chica que vivía a cientos de kilómetros de distancia. Como al Atleti, me veía abocado a verla cada fin de semana con el rabillo del ojo siempre puesto en el televisor de turno. Cada beso que me daba y cada gol que marcaba Kiko eran como una ración doble de chocolate en un pastel de cumpleaños.

Me hice mayor aguantando a tipos que, de tanto sufrir la ignorancia, disfrutaban machacándome en cada recreo después de cada derrota de mi equipo. Ellos, que celebraban títulos cada mes de mayo, se regodeaban de mi infortunio y sacaban a pasear su casta blanca en cada fin de clase. Aprendí a odiar sus sentimientos al tiempo que fabricaba sueños que nunca se cumplían.

Cuando empecé a vivir con mi chica ya me interesaban tanto las victorias del Atleti como los goles que el Madrid recibía en contra. Sé que eso debe parecerse a aquello que contaban del mal de muchos, pero por muy tonto consolado que me sienta, siempre pensaré en aquellos imberbes incultos que me entorpecían el paso a la salida del recreo.

Esta noche ha habido cena romántica. Yo sé que a mi chica le rechina mi pasión futbolera y por ello he escogido este sábado virgen de competición. La liga se ha acabado y mientras ellos siguen regodeándose en su particular parque de atracciones emocional y nosotros seguimos tirando para alante como buenamente podemos, yo he encendido dos velas y he memorizado el mejor piropo que podría decirle.

Se ha puesto guapa y yo me he fascinado con su belleza. Desde luego, ahora sé que no podría vivir sin ella tanto como no podría hacerlo sin un domingo bajo el aliento inmortal del Calderón. Se ha acercado a mí y yo la he guiñado el ojo.
- Te quiero más que a las derrotas del Madrid.

No sé qué he dicho para que se molestase tanto; se ha levantado, me ha mandado a la mierda y se ha encerrado en la habitación ¿Acaso no es consciente de que no podría haberle hecho una declaración de amor más sincera?

lunes, 14 de febrero de 2011

Una chapa identificativa

Cuando vio a aquel soldado mostrando la chapa identificativa de su marido bajo el umbral de la puerta, sintió que todos sus sueños, sus esperanzas y su vida se habían precipitado al abismo de la nada.

Estuvo tres días sin comer, dos semanas sin dormir y tres meses sin besar. Al fin, aquel soldado que había traido las peores noticias del frente, le había devuelto un puñado de ganas de vivir, un manojo de sonrisas y un media docena de planes para compartir.
Le había invitado a alojarse en su casa mientras ponía en orden todas sus ideas. A los pocos días ya era como un padre para sus hijos y a los pocos meses ya era como un marido para sus momentos de ocio. Firmó el certificado de viudedad y tardó dos años en volver a contraer matrimonio. No tuvo más hijos porque los dos que le había dado su primer marido ya copaban su couta de felicidad y quehaceres.

Nunca había esperado amar a otro hombre como lo había hecho con su marido y nunca había esperado recibir aquella carta del ministerio de defensa urgiéndola a acudir a un reconocimiento de prisioneros de guerra.

La sala era grande, solemne y fría. El general la recibió de manera austera, pero educada. Las fotografías se sucedían, una sobre otra, encima de la mesa. Un error, un batallón a cambio de otro, una estrategia militar. El batallón abatido era completamente diferente al batallón arrestado, placas identificativas cambiadas, burocracia de guerra, estratagemas de combate y demás formalismos que ella no quería entender. Solamente los presos que sean reconocidos serán liberados a cambio de sus presos, el resto tendrá que esperar a una nueva negociación o a pasar su vida en manos del enemigo.

Encontró la foto de su esposo a mitad del montón. Su rostro resultaba totalmente inconfundible, inolvidable. El mentón prominente, los ojos claros y pelo claro con el flequillo bien peinado hacia atrás. En sus ojos reconoció la mirada de quien pide volver a ver a su mujer y a sus hijos. Pasó la foto y observó las siguientes hasta llegar al final.
- Su fotografía no está aquí. - Dijo en tono compungido.
- Lo siento, señora, es posible que haya sido abatido en alguna escaramuza dentro de la cárcel.
- Muchas gracias por todo.

Se marchó en silencio, igual que había llegado. Atrás dejaba a un hombre al que había querido con locura y ante ella le esperaba otro al que amaba con cordura.

lunes, 7 de febrero de 2011

Insomnio

La sábana se había convertido en una pesada losa bajo la que revolverse cada madrugada. La almohada, antaño dulce compañera de aventuras bajo la luz filtrada de la luna, era ahora un incómodo enemigo que le impedía colocar las cosas en el debido orden. Desde colchón parecían crecer mil cuchillos, había murciélagos en el techo y arañas en el suelo. Todo estaba predispuesto para que le resulatar imposible escapar de allí.

Sobre la mesilla, y recogida en una docena de círculos, conservaba la soga, lazo delantero incluido, con la que se había colgado quien antaño fuese su esposa. Había sido aquel día el punto de inflexión que había terminado por disolver su felicidad. El entusiasmo se convirtió en desolación, la ilusión en pesadumbre, la esperanza en desgana.

Tomó la soga y afrontó sus miedos, bajó hasta el sótano y buscó el saliente. Mismo lugar, misma hora, distinto día pero un mismo destino. Cuando observó a sus pies temblar a medio metro del suelo, supo que el insomnio había terminado para siempre.

Había niebla a su alrededor, una inquietante y espesa niebla. Ya no había cuerda alrededor de su cuello cuando había abierto los ojos, ya no había arañas, ni murciélagos, ni losas, ni cuchillos, ni almohadas de acero. Había niebla y un sonido embaucador. Entre la espesura apareció una mano, tras la mano, divisó el brazo y tras el hermoso cuerpo de mujer reconoció la cara de su esposa. Le abrazó con dulzura y se aferró a su pecho. Con voz baja, a medio camino entre un beso y un susurro, le dijo la verdad.

- Yo tampoco podía dormir, cariño.

jueves, 3 de febrero de 2011

La última patente

Como buen creador de patentes, cada noche soñaba con una nueva invención. Suyas habían sido la fregona inteligente, el router de pequeño tamaño, el coche dirigido por un navegador, el papel impermeable y el motor de helio para trasbordadores espaciales. En el mundillo de los patentadores, era poco menos que el rey, el auténtico amo del negocio.

La primera noche que durmió con ella soñó con un alimento que, en una mínima proporción de un gramo, saciase tanto que no volviesen a entrar ganas de comer y, al mismo tiempo, ayudase a rebajar la grasa acumulada. Una auténtica revolución en la dietética; lo llamaría "Saciatín". La segunda noche a su lado, soñó con un dispositivo que, introducido en la boca, limpiaría a la perfección aquellos restos de suciedad que quedasen en los dientes. Toda una iniciativa a favor de la odontología; lo llamaría "Bocasana". La tercera noche, abrazado a su cuerpo escultural, soñó con un pequeño chip que, colocado sobre la nuca, ayudaría al usuario a recordar todos y cada uno de sus asuntos pendientes. Una auténtica maravilla para los ejecutivos que llevasen todo el control de sus empresas en la cabeza; lo llamaría "Agenda mental". La cuarta noche, simplemente desapareció.

Anduvo trabajando durante un par de semanas en sus nuevos proyectos hasta que recibió la revista mensual a la que estaba suscrito desde hacía más de veinte años. No pudo dar crédito a lo que veían sus ojos; una empresa, de nombre "Patentes sin fronteras" había comenzado a comercializar tres productos totalmente revolucionarios, "Saciatín", "Bocasana" y "Agenda mental". Inmediatamente se dirigió al registro de patentes y, balbuceando, intentó poner una denuncia sin pruebas. "Esas ideas eran mías". "Pase por aquí, por favor".

La sala estaba llena de viejos amigos y competidores. Todos maldecían a "Patentes sin fronteras". "A mí robó mi idea de ordenador plegable y proyectable" decía uno, "Pues a mí me robaron mi pequeño teléfono auricular reconocedor de voz, receptor y proyector de mensajes hablados", replicaba otro. "Yo soñé con una raqueta de material fíbrico de dos gramos de peso y a los cuatro días ya estaba en el mercado". "Yo pensé en el detector automático de fueras de juego y a las dos semanas ya lo estaban utilizando en la Bundesliga".

"Lo más extraño de todo es que nunca lo comentamos con nadie".

"Yo tampoco lo hice con mi "generador de trabajo rápido", dijo un tipo gordo y calvo al que nadie conocía. "¿Y eso qué es?". "Pues un diminuto film incluído en un proyector de sondas que, al visionarlo, aumenta la capacidad de tarea del cerebro hasta tal punto que, trabajos que pueden llevarte hasta un año, se pueden realizar en uno o dos días". "¡Qué maravilla!".

En aquel momento todos miraron hacia el televisor que se alzaba en uno de los rincones de la sala y vieron salir a una mujer esbelta, guapa, sensual, conquistadora.

"¡Pero si esa es Betty!" "¡No, es Elizabeth!" "¿Pero qué dices? ¡Es Teresa!" "¿Cómo? ¡Esa mujer es Cristina!" "No teneís ni idea, yo me he acostado con ella", "Y yo también". "Y yo", "Y yo".

Todos se habían acostado con la mujer de voz templada y figura escultural que, con la mirada brillante y un pequeño objeto en la mano, se disponía a hablarle a las cámaras. El rótulo la presentó ante el mundo como "Marta Flanders", directora general de "Patentes sin fronteras". Todos quedaron boquiabiertos, ni era Betty, ni era Elizabeth, ni era Teresa, ni era Cristina, ni era una pobre empleada del hogar en busca de calor. "Esto que veis aquí", dijo con voz firme, "se llama ladrón de sueños".

Lo que ellos no sabían es que, en el bolsillo de su chaqueta, ella guardaba un pequeño objeto tecnológico cuyo nombre era "ladrón de recuerdos". No servía para borrarle la memoria a nadie, pero sí para que, cierto día, cualquier hombre al que se acercase, terminase acostándose con Betty, con Elizabeth, con Teresa o con Cristina, sin que recordasen haberlo hecho antes en ninguna otra ocasión.

miércoles, 2 de febrero de 2011

El alma a precio de saldo

Llevaba más de ocho años sin ver la luz, exactamente desde el día que había arrancado la nuez de un bocado a uno de sus compañeros de recreo. Después de quemar la biblioteca, orinar en el cesto de la rompa limpia, escupir sangre sobre la comida y arañar las paredes de su celda, a aquel acto de perversión había sumado la muerte de dos funcionarios de prisiones que intentaron poner paz.

Intentó hacer uso de su memoria y recordó por qué le habían encarcelado. Era un tipo multimillonario, con aspiraciones de vivir a todo confort y muchos sueños por delante. Solamente una cosa le impedía disfrutar la vida con auténtico frenesí: el incontrolable impulso de matar. Lo hizo con su esposa, con su amante, con su chófer y con su ama de llaves. Cuando ya no encontró más lugares para esconder los cuerpos y la policía puso sobre él todas las sospechas a causa de tantas desapariciones consecutivas, confesó su culpa no sin antes tirarse al cuello de uno de los agentes que le interrogaba.

De su mansión de lujo pasó a la celda de una prisión psiquiátrica. De como había llegado a ser millonario apenas tenía noción, la locura había borrado gran parte de su memoria. Antes de ser rico era un hombre feliz, ese recuerdo sí le arrancó su primera sonrisa después de una década de sed incontrolada. Era un trabajador honrado que pasaba los días madrugando y llenando su casa de muebles y a su mujer de besos. Hubo un día en el que soñó ser rico y se jugó una apuesta a la lotería. Tanto pidió su suerte que alguien le ofreció un pacto. Te cambio a tí por tu futuro. Y así lo hizo.

Por más que intentaba romperse la crisma, era incapaz de hacerse daño. Ni los frascos de pastillas, ni las navajas de afeitar, ni las caídas de distinto nivel le producían el más mínimo dolor. Siempre imperecedero, siempre vivo. Tan dolorosamente vivo como aquel día en el que miró el décimo de lotería y a cambio de su suerte le vendió el alma al tipo que apareció en su sueño. Tenía forma de cabra, fuego en el látigo y decía llamarse Lucifer.